28.8.11

And i ride and i ride

Intentar ser el pasajero de la canción de Iggy Pop, repetir la vuelta de acordes una y otra vez, girar, marear, levitar, desgañitar, sacudir los simientos, levantar las sillas, las macetas, las baldosas, los árboles, los cableados de luz, los puestos de diarios, los autos, los chalecitos, las fábricas, los puentes, el parque municipal, la red cloacal, los estadios con sus tribunas colmadas, las estaciones de trenes con sus trenes y sus talleres y el tendido, los campos sembrados, las vaquitas siempre ajenas, las minas de carbón, todos los kilómetros de ruta, lagunas lagos y ríos, los glaciares, los siempre olvidados hielos continentales y todas las especies de pingüinos y cetáceos que habitan en las aguas más australes, y que se enmarañen con los kelpers, los buques japonenes, los camiones, los buses de larga distancia, las estaciones de servicio, los pozos petroleros, los hangares, las bases militares, los silos, los cementerios, las piscinas y las usinas eléctricas que por el mismo impulso son arrastradas hacia arriba, a bailar, a golpear, a relucir, a desafiar los principios físicos del equilibrio que hace que lo blanco sea siempre blanco y lo negro se esconda, que todo tienda a caer y que todos tiendan a morir, y a privar las manos de tocar los ojos sin dañar, y a privar la boca de morder sin lastimar, siempre a privar y nunca a primar lo impetuoso que se esconde en el tipo que decide entre ser el pasajero de la canción de Iggy Pop o ser una bala de salva que no suena al disparar.

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